Hemos bautizado como nueva normalidad la situación que prevemos que deje tras de sí la pandemia, una vez que haya remitido del todo. Podemos anticipar la llegada de un mundo distinto al que dejamos atrás en marzo de 2020, cuyas particularidades todavía permanecen parcialmente ocultas a nuestros ojos. Lo que sí que parece claro es que será un mundo mucho más digital que el anterior. No es que la crisis desatada por el Covid-19 haya sido la causante de la mayor adopción de tecnología que se está poniendo en evidencia en nuestra sociedad, pero es más que evidente que ha acelerado una profunda tendencia ya en marcha. Hay quienes afirman que la etapa de confinamiento ha sido equivalente a seis años del proceso de digitalización de la economía española.
A pesar de que una parte importante de las empresas españolas tienen una relevante tarea pendiente en el campo de la modernización de sus procesos operativos -especialmente las pequeñas y medianas-, los trabajadores españoles han demostrado que el teletrabajo es una opción completamente viable, en aquellos casos en que es posible aplicarlo, que con toda seguridad tendrá efectos disruptivos en las formas tradicionales de organización basadas en la presencialidad y los horarios fijos. Adicionalmente, y aunque aún es pronto para afirmarlo, puede llegar a tener un impacto en la ordenación del territorio, provocando un éxodo de trabajadores urbanos al medio rural.
Otro ámbito que ha podido readaptarse durante el encierro forzado ha sido la educación en todos sus niveles. Los alumnos y los docentes han sido capaces de salvar el curso académico a través de las modalidades a distancia que ofrece la tecnología digital. Por supuesto, esto ha sido una situación de emergencia extrema y no se puede identificar con la innovación de los sistemas formativos tradicionales que exige la sociedad del siglo XXI, pero ha demostrado -con la brusquedad impuesta por el momento- todas las posibilidades que ofrecen las redes y los dispositivos como apoyo y complemento de la actividad del aula, y como elementos que van a sentar las bases de la educación medio plazo.
Pero el virus ha empujado la digitalización de los aspectos básicos de nuestro día a día. Por ejemplo, los españoles le hemos perdido definitivamente el miedo a comprar a través de internet, de forma que la compra online ha crecido un 87% durante la crisis sanitaria. Otra tendencia imparable es el uso de la banca digital, que en este caso ha registrado un incremento del 200% en algunas entidades desde marzo, y que sin duda acelera la desaparición de la sucursal física, algo ya bastante avanzado anteriormente. A ello hay que sumarle la nueva cultura “sin contacto” o contactless, para reducir al mínimo la relación física con objetos y personas con el objeto de evitar el contagio, y que en el caso de las compras presenciales en establecimientos implica el abono utilizando la tarjeta de crédito o débito, o el teléfono móvil.
Finalmente, el ocio es una dimensión más de nuestra nueva normalidad digitalizada. Junto a formatos nativos digitales como es el del videojuego, el confinamiento ha impulsado el ya boyante mercado de las plataformas de contenido audiovisual, cuyo paradigma es sin duda Netflix. Dentro de las industrias culturales, sin duda las más perjudicadas han sido las artes escénicas, especialmente el teatro y la música en vivo, cuya esencia ha estado hasta ahora muy alejada del mundo digital. A pesar de que durante el encierro los artistas y las empresas del sector han intentado en la medida de lo posible ofrecer su trabajo a través de las plataformas online, se hace necesario encontrar nuevos modelos de negocio capaces de sobrevivir en esta nueva normalidad mucho más tecnológica que la anterior.
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