martes, 21 de febrero de 2023

El pueblo inteligente como solución a la despoblación

 


Uno de los grandes problemas que enfrenta España es la falta de articulación del territorio. La población se concentra en núcleos urbanos de gran tamaño muy densamente poblados, y, en general, no abundan los enclaves de tamaño mediano que contribuyan a distribuirla a lo largo y ancho del del mapa, como ocurre en otras naciones europeas. A modo de ejemplo, en nuestro país existen treinta ciudades de más de 200 000 habitantes, seis de las cuales superan el medio millón. En cambio, Francia –con un 40% más de población- tan solo cuenta con once ciudades de más de 200 000 habitantes, y solamente Lyon, Marsella y París pasan del medio millón. Por su parte, Italia, con casi un tercio más de población, tiene dieciséis núcleos urbanos de más de 200 000, mientras que Reino Unido, con 67 millones de habitantes, presenta veintidós.

El proceso de despoblación del medio rural viene de muy atrás, aunque se ha acelerado sobremanera en los últimos treinta años, en parte (aunque no solo), por la revolución que han conocido las infraestructuras de comunicaciones del país. Paradójicamente, el haber conectado con vías rápidas los distintos puntos de nuestra geografía, tanto férreas como carreteras, ha contribuido a aislar grandes zonas del interior de la península. Por una parte, los grandes trazados del tren de alta velocidad y la red de autopistas han convertido las rutas en no lugares, siguiendo la terminología del antropólogo francés Marc Augé (Los «no lugares». Espacios del anonimato. Una antropología de la Sobremodernidad, 1992).

Las carreteras de antes atravesaban las localidades y establecían una conexión entre el viajero y el espacio que recorría; ahora, “el paisaje toma sus distancias, y sus detalles arquitectónicos o naturales son la ocasión para un texto, a veces adornado con un dibujo esquemático”. Los ferrocarriles, incluso los de largo recorrido, antiguamente paraban en los pueblos, “las vías férreas penetraban en la intimidad de la vida cotidiana” de los lugares que atravesaban; hoy, los trenes pasan sin parar a tanta velocidad que apenas podemos leer el nombre de las estaciones que dejamos atrás. Las vías de comunicaciones ultrarrápidas han condenado al aislamiento a amplias zonas de nuestra geografía, que se han visto excluidas de las rutas que antaño vertebraban el territorio.

Por otro lado, los avances en las últimas décadas del transporte por carretera han supuesto que los grandes núcleos urbanos y las capitales de provincia han canibalizado una parte importante de la actividad económica del mundo rural. Frente a las carreteras de doble sentido de antes, autovías de varios carriles; frente al concepto del coche familiar como un símbolo de estatus, la posibilidad actual de que todo el mundo adquiera vehículos cada vez más rápidos y potentes. Todo ello ha llevado a que el medio rural esté mejor conectado con las ciudades, lo que, lejos de beneficiarle, ha condenado su actividad comercial. Antiguamente, recorrer distancias de entre 50 y 100 kilómetros para pasar una tarde de compras o de ocio era algo impensable por el tiempo que llevaba el desplazamiento. Hoy en día se trata de algo que hace la gente que vive en los pueblos de forma habitual, con el consiguiente efecto negativo sobre el comercio y la economía locales.

Lo cierto es que el medio rural se muere, con una población cada vez más escasa y envejecida, y sin una economía sostenible más allá de las actividades del sector primario. Las propuestas de revitalización pasan generalmente por fórmulas relacionadas con el turismo rural y con la explotación de productos regionales, pero no siempre resultan alternativas sólidas que generen empleo y oportunidades laborales suficientes que puedan frenar la despoblación. Recientemente, y especialmente después de la pandemia, se ha planteado la digitalización como palanca de crecimiento para estas regiones. De hecho, se ha llegado a acuñar el término smart village (pueblo inteligente) como espejo rural de las smart cities. Sin embargo, cualquier solución en este sentido debe tener en cuenta que la tecnología, por si sola, no resuelve nada, no es un remedio universal, y siempre debe como parte de políticas más amplias de desarrollo.

En 2017, el documento EU Action for Smart Villages incluía una definición de pueblo inteligente: “son zonas y comunidades rurales que aprovechan sus puntos fuertes y sus activos, así como las nuevas oportunidades, para la creación de valor añadido, y donde se refuerzan las redes tradicionales y nuevas por medio de la tecnología de comunicación digital, de las innovaciones y la mejora de la utilización del conocimiento en beneficio de los habitantes”.

En este sentido, el debate que tuvo lugar dentro del grupo de trabajo de la Red Europea de Desarrollo Rural (ENRD) trabajó una mayor definición del término inteligente, como una forma de aportar conocimiento sobre la transformación digital del medio rural. Una de las principales conclusiones al respecto es que las tecnologías son un medio, y no un fin, para dar respuesta a los problemas concreto que presenta cada territorio. En este sentido, deben utilizarse solamente cuando resulten apropiadas y necesarias.

Por otra parte, se destaca la necesidad de que los propios actores locales tomen la iniciativa para solucionar los problemas a los que se enfrenta su territorio, y que construyan alianzas entre sí, es decir, entre las instituciones públicas, el sector privado y el municipio. Asimismo, es necesario ampliar el marco de relaciones más allá del municipio, y establecerlas con otros municipios rurales y con los núcleos urbanos. Por último, hay que tener muy presente que no existe un modelo estándar para todos los territorios, y que la transformación digital debe adoptar una visión local, que aproveche los recursos propios y endógenos.

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