Cada vez que oigo hablar del Cloud Computing me viene a la cabeza ese poema de William Butler Yeats, An Irish Airman Forsees His Death (Un aviador irlandés prevé su muerte), que empieza: “I know that I shall meet my fate/somewhere among the clouds above…” No deja de ser un nombre poético para hacer referencia a la última tendencia de la informática basada en el hecho de que las aplicaciones y programas de usuario -y los ficheros generados por ellos-, no residen en el ordenador del usuario, como era uso y costumbre hasta ahora, sino en la red.
Cloud Computing supone que la suite Microsoft Office, generalmente pirata, que usabas hasta ahora, es sustituida por un equivalente situado en un servidor de red perdido en algún lugar remoto del mundo, a menudo de nombre impronunciable, así como esos poemas deleznables que escribes y la presentación animada de fotos de la boda de la prima Genoveva, a la que con escaso gusto añadiste música de Bon Jovi.
A favor de este sistema, que puedes acceder a tus documentos o usar los programas desde cualquier ordenador, y supongo que en breve, desde cualquier móvil o PDA. Adicionalmente, el disco duro de los ordenadores ya no tiene que albergar una memoria de sobra para controlar el viaje de una sonda espacial a Júpiter, como pasaba hasta ahora, para que encima con cada nueva versión de un programa o sistema operativo se nos quedara la CPU estrecha.
En contra, aparte de la necesidad de disponer de un acceso de red de banda ancha suficiente y fiable, está el tema de la seguridad. Porque, ¿quién me garantiza a mí que nadie va a acceder a mis archivos privados, estando como están en algún lugar, arriba entre las nubes? Y por otro lado, ¿y si un fallo general del servidor borra toda mi información, algo que ha pasado recientemente con Sidekick en Estados Unidos, como comentaba Enrique Dans en su blog? Sin embargo, nuestros discos duros locales también están sujetos a virus y averías devastadoras, así que el riesgo siempre ha estado allí.
Hasta ahora el Cloud Computing es un fenómeno incipiente con servicios como los que ofrece Zoho, pero habrá que ver qué pasa cuando el gigante (o jayán, como decían en las novelas de caballerías) Google consiga imponer sus innumerables aplicaciones, como por ejemplo Google Docs (un procesador de texto en red), y la gente en masa se acostumbre a ellas como se acostumbró a utilizar el buscador homónimo para casi todo.
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