Por enésima vez, el economista Paul Krugman volvía a avisar desde las páginas salmón de El País de lo inadecuado de aplicar políticas de austeridad para salir de la crisis. Parece mentira que lo que a todos nos parece de sentido común, seamos o no expertos en economía, no lo vean las “personas muy serias” (definición del propio Krugman) que nos gobiernan, tanto en España como desde el trono europeo.
A riesgo de resultar tan pesado como keynesiano, la lógica nos susurra que el crecimiento solamente volverá cuando se reactive la demanda interna en nuestro país, es decir, cuando la gente tenga el suficiente poder adquisitivo y la confianza para volver a comprar bienes y servicios, algo que tanto el miedo y el empobrecimiento de la población están obstaculizando ahora.
Y que no nos hablen de la mejora en las cifras de las exportaciones porque es una partida que no tiene excesivo peso en la composición de la demanda española. Eso sí, las empresas que exportan actualmente deben de constituir un ejemplo para el resto del tejido productivo porque han conseguido establecer posiciones en mercados internacionales con productos y servicios de muy alto valor añadido. Es una pista sobre cómo deberíamos enfocar nuestra especialización productiva en el futuro (aunque volveremos a invertir en el ladrillo, conociéndonos).
Krugman nos vuelve a recordar en su texto que los problemas de España se derivan de una burbuja inmobiliaria, que por cierto fue alimentada por la banca alemana, pero que antes de estallar la crisis las cuentas del Estado tenían saldo positivo y el nivel de deuda pública era reducido. O sea que esto no viene de que los sucesivos gobiernos hayan sido derrochadores o de que hayamos creado un estado del bienestar que no nos podíamos permitir, como defiende el credo liberal.
De lo que sí tenemos todos la culpa (esto no lo dice Krugman) es de esa afición que tiene la raza española al dinero fácil, al pelotazo. A un español nunca se le ocurre invertir en una empresa tecnológica que tenga un alto potencial innovador y posibilidades de destacar en los mercados internacionales. No, el español prefiere comprar inmuebles para venderlos al doble de precio en poco tiempo y forrarse. Quien dice inmuebles dice valores mobiliarios, recordemos la burbuja financiera de 2000. El español es alérgico a la economía real productiva, a tener que esperar y trabajar para que una inversión obtenga su rendimiento. Y así nos va.
Prosigue Paul Krugman citando un informe del Fondo Monetario Internacional que postula que los recortes de gasto en economías profundamente deprimidas, como la que nos ocupa, reducen la confianza de los inversores por el consecuente ritmo de deterioro económico. Es decir, que si la única finalidad de esta política de austeridad salvaje es recuperar la confianza como país ante los mercados, vamos en dirección contraria.
¿Cuáles pueden ser entonces las razones para llevar a cabo este despropósito? El calvinismo y el neoliberalismo.
El Gobierno alemán ha conseguido que sus ciudadanos vean esta situación como la fábula de la cigarra y la hormiga. Los españoles se han dedicado a divertirse y a gastar, en vez de trabajar y ahorrar como nosotros, y por eso están a dos velas. Ellos se lo han buscado. Es una derivada del sentimiento calvinista que subyace en el funcionamiento del capitalismo y que postula que Dios (o el mercado) premia a los justos que lo hacen bien y castiga a los que no con el fracaso y la pobreza.
Y desde nuestro terruño no queda otra explicación para esta situación que a la derecha neoliberal española le ha venido de perlas esta crisis para desmontar el estado de bienestar y la igualdad de oportunidades creada en las últimas décadas. Es fuerte decirlo así pero no veo otra explicación. En Italia hemos visto a políticos llorar en público al anunciar recortes, por el sufrimiento que iban a infligir a la población; el primer ministro griego afirmaba en una entrevista hace unos días que no había un trabajo tan doloroso como el suyo. Pero los políticos de nuestro país parecen gozar con lo que hacen, aplauden y se les ilumina la cara cuando aprueban medidas cada vez más salvajes, especialmente para los más débiles.
Volverán a recuperar la supremacía social (que por otra parte nunca perdieron) y las costumbres caciquistas, sobre una sociedad alienada y empobrecida. El que no se pueda pagar un tratamiento médico, que se aguante y se muera; el que no pueda dar a sus hijos una educación de calidad, pues que hubiera ahorrado. Pero sus hijos siempre estudiarán en las mejores universidades y heredarán la hegemonía sobre el país generación tras generación. Se acabó la movilidad social y esa estúpida clase media llena de pretensiones.
¿Os parece un manifiesto de rojos? Ya me lo contaréis.
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