Cada vez se alzan más voces avisando del daño irreversible que la economía digital está infligiendo en el empleo. Ya nos hemos hecho eco en este medio sobre esta amenaza, que se resume llanamente en que el modelo económico intensivo en tecnología que emerge no necesita tanta mano de obra como el precedente. Hablando en plata: sobra un porcentaje importante del volumen actual de trabajadores.
El pasado 6 de enero el diario El País nos traía como regalo de Reyes un acertado artículo firmado por el catedrático de la Universidad de Valencia Gregorio Martín en el que se nos anuncia que las máquinas inteligentes están haciendo desaparecer modelos de negocio completos y numerosos perfiles profesionales (Digitalización y desempleo: el nuevo orden).
El texto subraya que la pérdida de empleos provocada por la revolución tecnológica no encuentra su contrapeso en la creación de otros nuevos. Las tan cacareadas start up funcionan con un nivel de recursos humanos mínimo, incluso las que han desarrollado productos o servicios de éxito global, como Instagram o WhatsApp, así que tampoco pueden ser la solución a este problema. De hecho, la mayor parte tienen menos de cinco empleados.
Por desgracia, se nos engaña hablándonos de las ventajas de ser emprendedor, de lanzar tu propio negocio, pero no deja de ser un remiendo para una situación sin solución. ¿Cuántos empresarios innovadores realmente llegan a generar un modelo de negocio mínimamente rentable? ¿Es lógico y deseable que cada desempleado se convierta en empresario? Personalmente no creo que el mercado tenga cabida para tantas “grandes ideas” de lucro.
Pero aparte de los políticos, que no ven más allá del horizonte de su legislatura, y de los iluminados, que rezan todas las noches antes de acostarse un mantra sacado de la biografía de Steve Jobs, cualquiera puede ver que el vertiginoso desarrollo de la inteligencia artificial está cambiando las necesidades de recursos del sistema económico. Lo escalofriante es que, a diferencia de cataclismos anteriores, la salida de la crisis puede no traer consigo la creación masiva de empleo.
Estaríamos hablando de una situación de crecimiento productivo y bonanza en las finanzas que deja de lado a un porcentaje de la fuerza de trabajo, que además ha visto recortado drásticamente su nivel de protección social por la fe profunda en el presupuesto equilibrado de las políticas liberales aplicadas durante la crisis.
No más optimistas que el profesor Martín resultan William H. Davidow y Michael S. Malone, que desde la tribuna de Harvard Business Review nos hablan de que dentro de poco habrá “hordas de ciudadanos de cero valor económico”.
El razonamiento que exponen en su artículo (What Happens to Society When Robots Replace Workers?) es muy similar: el capital productivo está sustituyendo personas por máquinas a pasos agigantados, y se pone de ejemplo el caso de la empresa gigante manufacturera china Foxconn que en 2011 daba empleo a un millón de trabajadores, pero que está incorporando a razón de 30.000 robots al año. Una sencilla operación aritmética nos permitiría saber cuándo quedarán en paro la mayor parte de ese millón de empleados.
Davidow y Malone utilizan el término de “Segunda Economía” para referirse a la parte de la economía en la que las máquinas solamente se relacionan comercialmente con otras máquinas. El término fue acuñado por el economista Brian Arthur, que vaticina que si esta segunda economía sigue creciendo al ritmo actual, para 2025 tendrá el volumen de la economía “original” en 1995 y habrá desplazado a 100 millones de trabajadores. Solamente en los EE.UU. predice que quedarán alrededor de 40 millones de trabajadores “sin valor económico”.
Los expertos coinciden en que las alternativas de los poderes públicos para enfrentar este problema son limitadas. Se aboga por mejorar la educación y la formación, algo que de por sí siempre será positivo, pero es una respuesta insuficiente y que llega demasiado tarde. Como indica Gregorio Martín, “la solución educativa ocupa al menos el tiempo de una generación para dar resultados: no resuelve el nuevo orden entre digitalización y empleo”.
Cualquier solución que se ponga en marcha tendrá que partir de las premisas y características del nuevo orden que surge y no intentar aplicar principios del antiguo mundo industrial heredado del siglo XX.
Ya en 1989 el conocido Informe Delors (Libro Blanco “Crecimiento, Competitividad y Empleo. Retos y pistas en el siglo XXI) reconocía "Si hemos cambiado, el mundo ha cambiado todavía más deprisa que nosotros". Entonces no sabían hasta qué punto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta lo que quieras