Uno de los sectores más
castigados por la pandemia es el del espectáculo, es decir, la música en vivo,
el teatro, y, por supuesto, el cine. El confinamiento ha supuesto el cierre
absoluto de las salas de cine durante varios meses, que solamente han podido
reabrir tímidamente sujetas a numerosas medidas de seguridad y restricciones,
para encontrase con un público temeroso del contagio y mayormente reacio a
acudir a lugares públicos. Por otro lado, las productoras tuvieron que
suspender sus estrenos programados para 2020, y posponerlos hasta final de año,
hasta 2021, e incluso hasta 2022 – como ha sido el caso de Muerte en el Nilo,
la adaptación cinematográfica de la novela de Agatha Christie que ha llevado a
cabo el director británico Kenneth Branagh-, esperando que la situación que
vive el mundo acabe por normalizarse en alguna medida.
Sin embargo, ese raro y
complicado año 2020 ha dado lugar a un fenómeno prácticamente nuevo, pero que
puede tener efectos muy profundos en el funcionamiento de la industria
audiovisual tal y como la hemos conocido hasta ahora: el estreno directo en
plataformas de streaming de títulos de éxito asegurado –los
denominados blockbusters. Y uno de los principales artífices de
esta práctica ha sido Disney -precisamente inauguró en España su servicio de
oferta de contenidos a través de internet Disney+ durante el confinamiento-, que
puso a disposición de los suscriptores dos de sus más prometedores lanzamientos
recientes, comercialmente hablando, como fueron Mulan y Soul de
Pixar.
En este caso podemos hablar de
que, efectivamente, la crisis sanitaria ha traído consigo una disrupción del
modelo tradicional de ventanas de explotación de la producción audiovisual, que
establece una serie de fases consecutivas que debe pasar cada título –desde su
exhibición en salas de cine hasta su emisión en la televisión en abierto-, y
que garantiza su máximo rendimiento comercial. Los principios que sustentan
este sistema son que, a mayor distribución, más probabilidad de recuperación de
la inversión, mientras que, con ventanas más diversas y extendidas en el
tiempo, se espera una mayor generación de ingresos.
La lógica de explotación de la
producción cinematográfica se basa en las llamadas ventanas de distribución, y
en seguir un proceso lineal inalterable –por lo menos hasta ahora- para
asegurar el retorno de la inversión y la maximización del beneficio de todos
los agentes que intervienen en la cadena de valor sectorial.
De esta manera, de acuerdo con la
lógica que ha regido hasta ahora, una película debía estrenarse en salas de
cine antes de pasar a la siguiente ventana, que es su venta o alquiler en
soportes físicos, como el DVD, que no puede comenzar antes de tres meses desde
el estreno, a menos que la película en cuestión no llegue a los 10 000
espectadores. Esta ventana también debe cumplir un periodo mínimo previo al
comienzo de la siguiente, que es su emisión en los canales de pago, primero
como vídeo bajo demanda premium (PVoD en sus siglas en
inglés), que exige un pago específico para verla, y después como contenido
abierto para los suscriptores del canal en cuestión. En última instancia –y
después de un periodo que podía alcanzar los dos años-, el film en cuestión se
emitía en los canales de televisión lineales en abierto.
¿Perderá vigencia a medio plazo
el modelo lineal basado en ventanas de distribución que se van sucediendo? Lo
que parece casi seguro es que ya no se respetará de forma tan rigurosa, y que
los experimentos llevados a cabo durante la pandemia están implicando un
aprendizaje para las productoras, los exhibidores y las plataformas, que es
probable que desemboque en un nuevo modelo híbrido, que implicará la obtención
de beneficios para todas las partes implicadas. En un escenario futuro es muy
posible que los estrenos en sala convivan con estrenos paralelos en internet, y
con otros formatos y modelos de negocio que todavía ni podemos sospechar.
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