miércoles, 21 de diciembre de 2022

Más que aprender a programar, pensamiento computacional

 


Una sociedad digital demanda competencias digitales en la población. El uso intensivo de tecnología en todos los ámbitos de la vida cotidiana requiere de la ciudadanía la habilidad para establecer un marco de relaciones con las máquinas que permita sacar un rendimiento óptimo de ellas. Es por ello por lo que una de las mayores preocupaciones institucionales actuales en relación con la transformación en la que nos vemos inmersos está relacionada con la capacitación, con el desarrollo de habilidades digitales para poder aprovechar los beneficios de un mundo conectado a las redes.

Este es un aspecto relevante en cualquier ámbito de nuestras vidas, desde realizar una gestión financiera al cumplimiento de las obligaciones fiscales, o solicitar una cita médica, pues cada vez se van convirtiendo más en actividades virtuales que no requieren una presencia física, pero que implican unos mínimos conocimientos de navegación y operativa a través de internet, que, por desgracia, una parte de la población española todavía no posee. No obstante, es en el terreno laboral donde la capacitación digital se convierte en un factor crítico, pues en un futuro a medio plazo el trabajador humano tendrá que convivir con sistemas inteligentes en prácticamente cualquier tipo de actividad.

En los últimos tiempos se ha hecho mucho hincapié en la necesidad de que la programación informática se convierta en una disciplina curricular desde los niveles educativos más básicos, con el fin de preparar a los alumnos para poder vivir, y, sobre todo, para poder trabajar, en un mundo en el que la tecnología está omnipresente. No cabe duda de que aprender lenguajes de programación nos puede aportar un conocimiento sobre la estructura lógica de funcionamiento de un sistema informático, sin embargo, el enseñar a programar sin más puede resultar limitado e incluso insuficiente.

Por una parte, la vertiginosa evolución de la innovación digital tenderá a convertir en obsoletos con relativa rapidez los lenguajes de programación aprendidos durante la infancia, obligando a las personas a asimilar otros nuevos a lo largo de la vida. Por otra parte, las interfaces de las máquinas que nos permiten interactuar con ellas son cada vez más cercanas a la forma de comunicación humana, y el manejo de los programas y de los dispositivos se vuelve progresivamente más intuitivo, lo que implica que para tareas no muy especializadas la programación puede acabar por no resultar necesaria.

Hoy en día podría ocurrir algo similar a lo que sucedió en los albores de la informática de consumo. Durante la década de los ochenta, se hizo mucho énfasis en la necesidad de aprender a programar, porque los ordenadores personales iban a invadir todos los ámbitos laborales, como efectivamente sucedió en la década siguiente. Pero, a la vez que proliferaban los PC, surgieron los entornos de trabajo gráficos, primero en los equipos Apple y poco después a través de la difusión del entorno Windows de Microsoft, de forma que para manejar aplicaciones informáticas estándar ya no hacía falta picar complicadas líneas de comandos, sino únicamente pinchar elementos gráficos virtuales en la pantalla. Hoy en día los interfaces han dado un salto adelante más permitiéndonos manejar los sistemas con el uso del habla.

Es por ello, que, aparte de la enseñanza más específica sobre programación, cobra especial sentido una aproximación mucho más amplia a la relación entre el ser humano y la máquina, algo que se denomina pensamiento computacional.

El término “pensamiento computacional” fue introducido por primera vez en 2006 por Jeannette M. Wing en un breve artículo titulado Computational Thinking. Ella lo concibe como una disciplina que implica “resolver problemas, diseñar sistemas y comprender el comportamiento humano, utilizando los conceptos que son fundamentales para la informática”. En suma, se trata de una filosofía para plantear y resolver problemas utilizando la lógica por la que se rigen las máquinas. La propia Wing amplió su definición en 2011 en este sentido:

“El pensamiento computacional son los procesos mentales implicados en la formulación de problemas y de sus soluciones, de forma que las soluciones son representadas de tal manera que puedan ser llevadas a cabo con efectividad por un agente procesador de información.”

De esta definición emergen dos conceptos: que se trata de una forma de razonamiento que no depende exclusivamente de la tecnología, y que es una metodología para la resolución de problemas por humanos, por máquinas, o a través de la colaboración de ambos. Básicamente, consiste en plantear un problema siguiendo el proceso operativo de un sistema inteligente.

Por otro lado, Jeannette M. Wing también llegó a subrayar en sus escritos qué es lo que no considera que es el pensamiento computacional. En primer lugar, el pensamiento computacional se basa en conceptualizar, no en programar: describe una forma de pensar con diferentes niveles de abstracción, convirtiéndose en un proceso previo a la programación. Se trata además de una habilidad fundamental del ser humano, que no es rutina mecánica y repetitiva. Aunque menciona a los ordenadores, es una forma de razonamiento específicamente humano de resolver problemas, no se trata de una forma de pensar como computadoras, sino de hacerlo con ellas. El pensamiento computacional complementa y se combina con el pensamiento matemático y con el asociado a la ingeniería. Finalmente, se trata de una disciplina que produce ideas y conceptos que usamos para resolver problemas, pero no está creado para producir, artefactos o software.

El pensamiento computacional puede ser considerada una competencia transversal del currículo educativo en la medida en que apoya el desarrollo de la habilidad para trabajar con la incertidumbre en situaciones complejas, y la necesidad de precisión en la resolución de problemas.

 

 

lunes, 28 de noviembre de 2022

Las paradojas del empleo en la transformación digital

 


Frente a una evolución lineal, que supone pasar de un punto A a un punto B, la disrupción implica pasar de un punto A al caos, por lo menos hasta que un punto B acaba por materializarse. Decimos que el mercado de trabajo ha sufrido una disrupción, especialmente a lo largo de la pasada década, porque las reglas que regían antaño ya no valen en la situación actual, y, sin embargo, todavía no podemos vislumbrar más que esbozos y trazos sueltos de la forma que finalmente adquirirá en el futuro.

Hace más o menos diez años se hizo realmente patente -aunque era algo en marcha desde tiempo atrás- que la automatización iba a tener un impacto transversal sobre el empleo de todos los sectores económicos, y no sólo en aquellos tradicionalmente afectados por el maquinismo, como la industria manufacturera. Incluso empezaron a publicarse estudios que cuantificaban el desplazamiento de mano de obra, como el ya mítico The future of employment de Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne, que en 2013 predijo que en veinte años casi la mitad de los empleos de Estados Unidos serían desempeñados por máquinas.

El tiempo se ha encargado de matizar y poner en cuestión los vaticinios más catastrofistas, pero, lo que sí es cierto es que:

1.      La digitalización está llevando a que numerosas tareas no tengan ya que ser desempeñadas por humanos, lo que afecta a empleos que pueden llegar a desaparecer, e incluso a modelos de negocio y sectores que dejan de tener sentido en el nuevo escenario.

2.     Por otro lado, aquellos empleos que en principio no están condenados a desaparecer probablemente demandarán competencias digitales -tanto en los sectores puramente tecnológicos como en los que no los son-, de forma que la fuerza de trabajo tendrá que adquirir y hacer gala de nuevos conocimientos para seguir desempeñando su puesto.

3.     Finalmente, la nueva economía digital está creando una demanda de nuevos perfiles laborales que antes no existían, y que actualmente la oferta de mano de obra no está en condiciones de cubrir.

La única certeza que tenemos en este panorama tan incierto es que los empleados de mañana (quizá los de hoy ya también) deberán tener habilidades técnicas y digitales, complementadas por una flexibilidad de pensamiento, y por habilidades relacionadas con la solución de problemas. La pandemia causada por la COVID-19 ha acelerado y profundizado los cambios en el mercado laboral, poniendo en relieve la relevancia que tiene para el trabajador de este siglo la rápida adaptación al cambio. En gran medida, la incapacidad para asumir los cambios del entorno y para desenvolverse en el medio tecnológico pueden determinar el que alguien se quede atrás en este proceso de transformación, generándose o ampliándose las brechas digitales y sociales.

Este desajuste o disrupción del mercado de trabajo está en la base de la paradoja que se da en el momento actual basada en que altas tasas de desempleo conviven con un exceso de demanda de puestos basados en perfiles tecnológicos, que no encuentran profesionales suficientes que los ocupen, factor que pone en peligro el crecimiento a medio plazo de los sectores de actividad más innovadores y dinámicos.

jueves, 17 de noviembre de 2022

Entramos en la era de la computación cuántica

 


De la mecánica cuántica teórica al prototipo real, la computación cuántica está dando el salto del mundo académico a la solución a problemas reales de la ciencia y la economía. La integración de la computación clásica con la cuántica y con la inteligencia artificial constituirá la mayor revolución informática de los últimos sesenta años. Esta década ha sido bautizada como la Década Cuántica, pues es ahora cuando las empresas comienzan a ver esta tecnología como una solución de negocio.

El inmenso poder de esta forma de computación reposa sobre dos propiedades de la mecánica cuántica: la interferencia y el entrelazamiento. El principio de interferencia permite al ordenador cuántico suprimir soluciones no deseadas y solo presentar las correctas. A medida que procesa simultáneamente todos los valores posibles de los datos de entrada (valores denominados superposiciones, pues, a diferencia de los bits clásicos que deben adoptar 1 o 0, los cúbits pueden adoptar simultáneamente 1 y 0), el número de operaciones disminuye considerablemente. El entrelazamiento, por su parte, implica que el estado combinado de los cúbits (los bits cuánticos) contiene más información de la que contienen los cúbits independientes. Estos dos principios no tienen ninguna analogía en la informática clásica.

No obstante, la computación cuántica no reemplazará a la clásica, sino que la potenciará y complementará. Incluso en el caso de los problemas que un ordenador cuántico puede resolver mejor, harán falta los ordenadores convencionales, porque la entrada y salida de datos continuará haciéndose de la forma tradicional.

La próxima gran revolución de la informática tiene lugar cuando se combinan la computación cuántica con la clásica y con la inteligencia artificial. Las sinergias que emanan de esta tríada guiarán el futuro de la computación.

En el medio plazo, se espera que la computación cuántica sea capaz de resolver tres tipos de problemas:

  • Simulación, modelizar sistemas y procesos que tienen lugar en la naturaleza.
  • Búsqueda y mapeo, implica buscar la solución mejor o la óptima en una situación susceptible de tener numerosas respuestas.
  • Problemas algebraicos, incluyendo aplicaciones para el machine learning o aprendizaje automático.

Poco a poco, la computación cuántica va generando soluciones concretas que irán teniendo un impacto significativo en distintos sectores de actividad. Deloitte identifica tres aplicaciones clave en las que esta tecnología aportará mejoras en términos de eficiencia en las empresas y organizaciones de distintos sectores: la optimización de algoritmos, la ciencia de datos y los modelos matemáticos, y la química cuántica y la ciencia de los materiales.

Los algoritmos de optimización persiguen identificar la mejor solución o el mejor proceso, entre distintas opciones posibles. Un ejemplo de esto es la búsqueda de las mejores rutas para vehículos de mercancías, usando para ello datos en tiempo real, algo que ya está estudiando la empresa ExxonMobil para la gestión de las rutas de su flota mercante de más de 50 000 naves.

Las empresas utilizan los macrodatos para intentar establecer patrones que les permitan predecir el comportamiento futuro de un sistema -por ejemplo, el mercado de un bien concreto o la evolución de valores financieros-, o a solucionar un problema específico. El uso de cada vez mayores volúmenes de datos y de información en tiempo real a corto plazo pondrá en evidencia las limitaciones de la informática convencional, y la necesidad de utilizar ordenadores cuánticos para realizar en poco tiempo tareas y operaciones que escapan a la capacidad de los anteriores. Este tipo de modelos intensivos en datos es utilizado especialmente en sectores como el financiero y el asegurador en temas como el credit scoring (la calificación de una operación de riesgo financiero), valoración de activos o el análisis del riesgo en inversiones, entre muchos otros.

Finalmente, la computación cuántica puede aportar mucho en el terreno de la química y de los materiales, dada la incapacidad de los ordenadores actuales para llevar a cabo eficientemente los cálculos necesarios que requieren el estudio de la estructura molecular y sus propiedades, la predicción del comportamiento de los materiales, o el conocer cómo variará este con la menor alteración molecular. Las computadoras cuánticas podrán construir y manejar los modelos moleculares con absoluta precisión, abriendo la puerta a grandes avances en el terreno del estudio y desarrollo de los materiales, y también en la creación de nuevos medicamentos.

jueves, 10 de noviembre de 2022

La necesidad de innovación en la empresa española

 


La empresa española todavía tiene un margen importante para aumentar los beneficios derivados de la adopción de tecnologías digitales, y para emplearlas en la creación de nuevos modelos de negocio y nuevos productos de gran valor añadido. La digitalización permite además optimizar los procesos de la organización, conocer mejor los mercados y las preferencias del consumidor, y establecer una relación directa con el público objetivo -sin necesidad de intermediación-, personalizando la oferta del producto o servicio.

El Foro Económico Mundial habla de cultura digital para hacer referencia a la capacidad de las empresas para utilizar los datos y las herramientas digitales de cara a favorecer la innovación de negocio y la visión centrada en el cliente. De esta forma, la cultura digital estaría soportada sobre cuatro pilares: la colaboración, tanto dentro de la organización como con los agentes del ecosistema al que pertenece (clientes, proveedores, grupos de interés, Administración), el enfoque basado en los datos para guiar la toma de decisiones, la orientación al cliente, y, finalmente, la innovación continua de procesos y productos. Todo ello refuerza el compromiso social de la empresa, la gobernanza, y su apuesta por la sostenibilidad medioambiental.

La OCDE señala que las empresas españolas tienen una relativa alta tasa de adopción de tecnología -si bien existe una brecha importante en función del tamaño-, pero no están aprovechando al máximo las oportunidades que ofrece la digitalización para innovar procesos y productos o servicios[1].

Los datos de la OCDE ponen en evidencia que el porcentaje de empresas innovadoras en España es comparativamente bajo -en torno al 37%-, y que la proporción de compañías que llevaron a cabo actividades innovadoras -implementación de I+D, equipos o software que ha supuesto innovación de producto o de procesos-, durante el periodo considerado de 2014 a 2016, es la menor cifra de la lista de los países considerados, apenas un 17%. Adicionalmente, se observa, en los dos aspectos considerados, una importante brecha entre las grandes empresas y las pequeñas.

Por último, la falta de vocación innovadora queda igualmente patente al analizar el capital intangible, como son las patentes. El indicador número de patentes por volumen de PIB, calculado en el año 2017, en nuestro país supone un 0,31, cifra extremadamente baja, si la comparamos con la de Italia (0,9), Bélgica (1,19) o la media de las naciones de la OCDE (2,43). El porcentaje de patentes relacionadas con las tecnologías de la información y las comunicaciones es en España 8,6%, estando la lista liderada por Irlanda (51,4%), Suecia (44,1%) y Finlandia (33,8%), mientras que el valor medio OCDE se sitúa en 32,1%.

Esta falta de innovación en nuestro tejido empresarial es en parte la responsable de la baja productividad que presenta, de acuerdo con la OCDE. España enfrenta dos problemas: el prácticamente estancamiento de la productividad en las dos últimas décadas, y la alta dispersión de la productividad en función del tamaño corporativo, que implica que las empresas más pequeñas carecen de los incentivos o de la capacidad para adoptar buenas prácticas en innovación tecnológica que mejoren su rendimiento en términos de productividad.



[1] Jin, Y. (2021) “Enhancing digital diffusion for higher productivity in Spain. OECD Economics department working papers No. 1673”

lunes, 24 de octubre de 2022

La transformación digital deja atrás a los mayores

 


Que la sociedad española ha resultado digitalizada, especialmente a lo largo de la última década, es algo que ya ha quedado patente. No obstante, los distintos indicadores y fuentes estadísticas también reflejan que existe una parte de la población española que se va quedando atrás, que, por distintos motivos y circunstancias, no es capaz de aprovechar las oportunidades que ofrecen las tecnologías digitales para mejorar el bienestar.

No se trata de un problema de acceso, pues nuestro país cuenta con una cobertura de banda ancha fija y móvil de todo el territorio, y las comunicaciones ultrarrápidas a través de fibra óptica van gradualmente llegando a todo tipo de localidades. De hecho, de acuerdo con los datos proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2021 el 95,9% de los hogares españoles dispone de conexión de banda ancha. El origen de las brechas digitales está en la falta de capacidad o experiencia en el uso de internet que presentan determinados colectivos vulnerables, como pueden ser las personas mayores, los jóvenes de baja cualificación o las personas económicamente desfavorecidas.

La Encuesta sobre equipamiento y uso de tecnologías en los hogares que lleva a cabo regularmente el INE señala que en 2021 el 6% de la población española entre 16 y 74 años no utiliza internet, lo que supone una cifra de más de dos millones de personas. Una de las brechas digitales más evidentes es la relacionada con la edad, puesto que el acceso de las personas mayores a las redes es sensiblemente menor que el de los pertenecientes a franjas de edad más jóvenes. Con todo, el uso del teléfono móvil está prácticamente generalizado, pero al contemplar el uso de internet se aprecian las diferencias de edad más notables a partir de la población de más de 55 años, y especialmente, de los 65 en adelante -el INE cuantifica en 4 700 273 el colectivo de personas entre 65 y 74 años-, donde apenas un 70% de la población hace uso de internet, y tan solo la mitad se conecta diariamente.

Una de las consecuencias más graves de la falta de cultura tecnológica de la población mayor está relacionada con la acelerada digitalización del sector bancario y la progresiva desaparición tanto de sucursales de atención al público como de cajeros automáticos, lo que puede poner en situación de riesgo de exclusión financiera a este colectivo, al no poder acceder a los servicios bancarios más básicos. Entre 2008 y 2021, en España el número de sucursales bancarias se ha reducido de 45.707 oficinas a 21.612, en un proceso que sigue en marcha. De acuerdo con los datos de la encuesta llevada a cabo por el INE, tan solo un 38,2% de la población entre 65 y 74 años es capaz de realizar operaciones bancarias por internet.

Es evidente que la falta de competencias básicas digitales es más acusada entre la población de mayor edad. Entre los mayores de 65 años, algo más de la tercera parte sabe realizar alguna de las tareas más elementales, como copiar o mover ficheros o descargar aplicaciones, y menos de la quinta parte sabe cambiar la configuración de un programa o de un dispositivo.

La edad condiciona el uso que hacen las personas de la tecnología. De esta manera, mientras que en torno al 90% de los españoles de entre 16 y 44 años hacen un uso regular del correo electrónico, tan solo el 44,9% de los mayores de 65 lo utilizan. La mensajería instantánea, como por ejemplo WhatsApp, es la utilidad de internet más utilizada por los mayores, un 67% hace un uso regular de ella. Por otro lado, el 52,3% lee periódicos o revistas online frente al más del 80% de la población de entre 25 y 54 años. Finalmente, tan solo el 30% de los mayores de 65 es capaz de concertar una cita médica vía internet.

La conclusión de este análisis es que existe una gran cantidad de la ciudadanía española susceptible de quedar fuera del proceso de transformación digital, y, en consecuencia, de sufrir exclusión social al no poder realizar las actividades más básicas a través de medios tecnológicos, cosas como realizar operaciones bancarias o solicitar la consulta con un médico. Urge, por tanto, acompañar las políticas de digitalización con medidas tendentes a alfabetizar digitalmente a los colectivos que se muestran más vulnerables en este sentido.

lunes, 3 de octubre de 2022

El mercado de trabajo se transforma

 


El mercado de trabajo está experimentando una profunda transformación estructural, que la pandemia no ha hecho sino acelerar. La estructura económica de las naciones ha ido evolucionando desde el final del siglo XX hacia una digitalización progresiva de todos los sectores de actividad. Ya no tiene tanto sentido utilizar expresiones como sector TIC, puesto que la informática y las telecomunicaciones están presentes en mayor o menor medida en todos los entornos de producción de bienes y servicios. Lo digital se ha convertido en transversal. La consecuencia directa para el mundo laboral es que, a la vez que crece la demanda de nuevos perfiles profesionales que no encuentran oferta suficiente para cubrir las necesidades, asistimos a la destrucción de empleo en actividades que han sido automatizadas, o que, sencillamente, ya no tienen razón de ser en el escenario emergente.

Aparte de los efectos más que evidentes derivados de la introducción de tecnología, el mercado parece reflejar el impacto de la crisis de abastecimiento que ha traído consigo la guerra de Ucrania, que vino a sumarse al cierre de fronteras y la ruptura de las cadenas de producción internacionales que dejó tras de sí la pandemia. Hay sectores económicos tradicionales, como pueden ser el transporte por carretera o la construcción, que se ven incapaces de encontrar mano de obra para cubrir sus necesidades actuales. En paralelo, la tasa de paro juvenil se sitúa alrededor del 40% de población activa menor de 24 años. Nos enfrentamos a un claro desajuste entre la oferta y la demanda en el mercado de trabajo, pero todavía no está claro si se trata de un fenómeno coyuntural derivado de la crisis, o si, por el contrario, es el rasgo de un cambio más profundo.

Las tendencias no están nada claras. Por ejemplo, Mckinsey Global Institute predice que, una vez que la economía se recupere, Europa puede sufrir una carencia de trabajadores cualificados, a pesar de la ola creciente de automatización. La causa de ello la atribuye al envejecimiento de los habitantes del continente, que implica que para 2030 la población en edad de trabajar se habrá reducido un 4%, en torno a 13 millones y medio de personas, provocando una contracción significativa de la oferta laboral. Y, de plasmarse la tendencia de acortar de la semana laboral, dicha oferta podría contraerse un 2% más.

La transformación del entorno laboral derivada de la automatización afectará de alguna forma o de otra a los 235 millones de trabajadores europeos que existen en la actualidad, según McKinsey. De acuerdo con esta predicción, más de 90 millones deberán desarrollar nuevas habilidades dentro de su profesión, acordes con la tecnología digital, mientras que 21 millones directamente tendrán que cambiar de ocupación, al desaparecer la suya actual. La visión más optimista de esta tendencia es que el trabajador se verá liberado de realizar las tareas más repetitivas y mecánicas, para dedicarse a otras más creativas y estimulantes.

Otra consecuencia de este proceso de cambio será el movimiento de mano de obra de regiones en declive a los polos de desarrollo europeos, a lo largo de esta década. Mckinsey estima que el 30% de la población europea vive en regiones en declive económico, bien porque su estructura productiva esté basada en la industria tradicional poco innovadora o en la agricultura, bien porque se trata de zonas dependientes del sector público, o, también, porque presentan bajos niveles de formación de la población activa y altas tasas de desempleo. En el lado opuesto, identifica varios tipos de núcleos europeos que se caracterizan por si dinamismo económico, y por atraer inversión y mano de obra muy especializada, que son clasificados como megaciudades (París, Londres) y superstar hubs, que son ciudades que han manifestado un importante crecimiento económico y de población (Amsterdam, Munich o Madrid, entre otras).

 

lunes, 26 de septiembre de 2022

El ramsomware a la cabeza de los ciberdelitos

 


El 8 de noviembre de 2021, la cadena MediaMarkt informó que había sufrido un ciberataque que afectó directamente a las tiendas de Alemania, Holanda y Bélgica, y que trajo consecuencias entre las de otros países, como es el caso de España. Se estima que en torno a 3 000 servidores Windows fueron afectados, así como numerosos servidores web. Según se supo por la propia empresa, el ataque fue de tipo ransomware, es decir, la introducción en los sistemas de un programa malicioso que “secuestra” los datos de la víctima –generalmente, encriptándolos-, para posteriormente exigir un rescate por su liberación, de ahí el nombre. En concreto, el malware utilizado en este caso fue HIVE, un virus que ha sido utilizado en el pasado para infectar los sistemas informáticos de centros sanitarios. Los delincuentes habrían solicitado a MediaMarkt más de 200 millones de euros a modo de rescate. La misma semana sufrió una ciberagresión similar la empresa cervecera Estrella Damm, que se vio obligada a parar la producción de su fábrica de El Prat. El método fue el mismo, los delincuentes cifraron los archivos informáticos de la compañía y pidieron un rescate por su desencriptación.

Los casos de MediaMarkt y de Damm no son excepcionales, sino parte de una tendencia de crecimiento en todo el mundo del ransomware como modalidad preferida por los ciberdelicuentes. El poder de esta clase de ciberamenaza quedó patente en 2017, cuando el virus WannaCry infectó en un día 230 000 ordenadores de 150 países. En aquella ocasión los hackers explotaron una vulnerabilidad de un puerto SMB, y el malware fue difundido a todos aquellos equipos que no habían recibido la actualización de un software de seguridad de Microsoft. Los costes globales que supuso el ataque se estiman entre cientos y miles de millones de dólares.

La principal característica del ransomware frente a otros tipos de ciberataques es la demanda de un rescate a la víctima para devolverle el control sobre su información y sus equipos, que el asaltante ha bloqueado o encriptado. Generalmente, tras el ataque, se recibe un correo electrónico anónimo que establece la cantidad a pagar y el método para hacerlo, que suele ser a través de criptomonedas, como Bitcoin. El pago del rescate no garantiza la devolución del acceso a la información. De hecho, algunas acciones criminales que se hacen pasar por ransomware tienen como objetivo la destrucción de los datos de la víctima, independientemente de que pague o no la cantidad pedida (wiper malware).

Es por ello, que la principal recomendación cuando se es objeto de un chantaje de estas características es no pagar nunca, dado que nada ni nadie garantiza que los hackers vayan a desencriptar los sistemas afectados, y, además, pagando se alienta este tipo de delito, incluso es posible que la víctima vuelva a ser objetivo del ataque, como ocurrió con la empresa nipona Olympus. La mejor forma de minimizar el daño producido por el ransomware es disponer de copias de seguridad de la información estratégica y sensible, para que su posible encriptación no implique una pérdida irreparable para la organización.

 
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